En la
introducción de Cuentos
de adúlteros desorientados Millás
escribe que:
[…]
la base del matrimonio es el adulterio. Más aún: la base sobre la
que se sostiene la realidad es el adulterio. Los adúlteros y las
adúlteras […] crean una red sobre la que se apoya el resto de las
contradicciones que conforman la realidad1
La realidad se sostiene sobre el
adulterio, o sea el juego. La realidad no es entonces nada más que
una forma de adulterio – o de juego – reconocida por las
“autoridades”. Pero no es seguramente la única manera de
“jugarse la realidad”.
La vocación de los adúlteros,
como hemos visto, es la de escoger nuevas posibilidades, nuevas
“camas”, de subvertir el matrimonio mirando la cama de la esposa
– o sea la realidad impuesta – desde la perspectiva de la cama de
la amante – o sea la realidad recreada según el libre albedrío.
En la contraposición matrimonio
– adulterio podemos ver también la contraposición realidad –
ficción. La literatura es una manera de “traicionar” la realidad
reconocida por las autoridades, de mirarla desde otra perspectiva y
de recrearse una realidad que es otra de la impuesta.
Ya hemos visto
en La
soledad era esto
que la identidad de la protagonista acaba por ser ficción, juego, o
literatura. En El
desorden de tu nombre
el protagonista, a través del adulterio y de la escritura, hace un
percurso de aprendizaje sobre la identidad y la realidad impuesta. En
la página 22 dice que «Tenía cuarenta y dos años y no recordaba
haber creído nunca, exceptuando quizá un breve paréntesis
adolescente, que los hombres tuvieran más de una existencia; muchos
menos que hubiera un orden distinto al conocido desde el que se
juzgaran, para bien o para mal, las acciones a las que los seres
humanos son empujados por la vida»2,
mientras que en la página 136 le dice a su psicanalista que:
Vivimos
una vida demasiado pegada a lo aparente, a lo manifesto, a lo que
sucede o parece suceder. Usted, por ejemplo, se cree que es mi
psicoanalista y yo me creo que soy su paciente […] Laura se cree
que para mí es Laura, cuando en realidad es Teresa; ignoro a quién
se dirije cuando me habla a mí, pero seguro que no es a Julio Orgaz.
Así, con estas convenciones universalmente aceptadas, vamos
viviendo. Yo no digo que tales convenciones no tengan su utilidad:
gracias a ellas se construyen ciudades, y autopistas, se levantan
imperios, se crean jerarquías y las cosas, en general, funcionan […]
Pero no es así. Lo cierto es que su lugar y el mío, por poner un
ejemplo, son perfectamente intercambiables […] parece absurdo que
los hombres nos empeñemos en la búsqueda de un destino proprio o de
una identidad definida. Si de verdad tuviésemos identidad, no
necesitaríamos tantos papeles (certificados, carnés, pasaportes,
etcétera) para mostrarla3
La identidad
acaba por ser literatura: certificados, carnés y pasaportes son
papeles escritos que dan a la realidad una forma entre las mil
posibles. Sin embargo, Julio enseña que las cosas no funcionan
necesariamente como parece. Escribir, entonces, es un juego que
recrea la realidad, permite inventar nuevas posibilidades. Se
cuestiona la realidad, se juega con las palabras e se inventa una
nueva realidad. Esto lo afirma explícitamente Millás en su
articuento Leer
es rebelarse,
hablando del sentido de la literatura:
En
mis intervenciones en institutos y colegios intento transmitir, no sé
si con éxito, la idea de que la lectura constituye uno de los pocos
modos que van quedando de rebeldía eficaz frente a un mundo cada vez
más mortificado. Se acabaron las revoluciones, las tomas de palacio;
no hay más cera que la que arde. Eso no quiere decir que no haya que
modificar la realidad (a nadie le gusta), pero hay que cambiarla a
base de ponerla en cuestión de tal modo que ni ella misma se pueda
contemplar en el espejo sin avergonzarse.
Y
eso se hace con palabras, con libros, no a guantazos4
La revolución se hace con
palabras según Millás, palabras que como hemos visto tienen el
poder de poner en cuestión lo establecido. Las costumbres y las
identidades de los hombres están hechas por palabras, y es a través
de las palabras que se pueden crear nuevas costumbres, nuevas
identidades, nuevos valores que no tienen menos autoridad que los
impuestos. De ahí el uso de Millás de la fantasía para reprocharle
a la realidad sus absurdidades, para enseñar como la realidad está
montada en el absurdo:
[...]
cuando digo normal no pierdo de vista desde luego el grado profundo
de anormalidad que subyace en la vida cotidiana, aunque hayamos
desarrollado mecanismos para no percibirla5
Volviendo al
caso del adulterio, la realidad impuesta es el ideal de familia
perfecta, con la mujer ama de casa y el marido trabajador: es el
modelo promovido durante el franquismo. El adulterio, por el
contrario, enseña como estos ideales de estructuras sociales no son
los únicos posibles, sino una de las alternativas. La literatura de
Millás quiere ser la literatura de lo “bastardo” – véase el
mismo título Tonto,
muerto, bastardo e invisible.
A la familia perfecta, que bien recuerda la realidad impuesta, Millás
contrapone la idea del hijo ilegítimo, nacido de padres desconocidos
que reflexiona sobre la realidad de una perspectiva excéntrica, que
no la acepta como dada:
Hay
una idea interesante que ya he citado en alguna ocasión a propósito
del Tonto [...] según la cual no habría más que dos grandes
literaturas, o dos grandes modos de enfrentarse a la literatura: la
literatura del bastardo y la literatura del hijo legítimo. Esto
alude a una fantasía que hemos tenido todos en la infancia, la de
que no éramos hijos de nuestros padres sino de unos príncipes que
nos iban a venir en algún momento a rescatar. Yo pienso que la
literatura interesante es la literatura del bastardo, porque es la
literatura que pone en cuestión la realidad, que duda, frente al
otro gran modelo de hacer literatura, que sería el de aquel que cree
que es hijo de sus padres. Desde ahí, seguramente se puede hacer
literatura, pero será una literatura sin duda menos interesante. El
legítimo habla desde el éxito, mientras que el bastardo habla desde
alguna forma de fracaso, porque si pone en cuestión a sus padres es
porque no le gustan6
Los padres
fantásticos, como por ejemplo los padres daneses que el protagonista
español de Tonto,
muerto, bastardo e invisible
se reinventa, se pueden imaginar como se quiera, se pueden crear y
recrear. Pero puede hacer ésto sólo quien se piense hijo ilegítimo,
quien dude de la realidad. Estos padres crean un vacío, que es la
cosa más fértil para la creación fantástica – y literaria –
pues te da la posibilidad de llenarlo según tu proprio gusto.
1
Juan
José Millás, Cuentos
de adúlteros desorientados,
cit, p. 11, 12
2
Juan
José Millás, El
desorden de tu nombre,
cit., p. 22
3
Ibid,
p. 136, 137, 138
4
Juan
José Millás, “Leer es rebelarse”,
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento123.htm
5
Juan
José Millás, “Escribir [I]”,
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento113.htm
6
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/entrevista2.htm