4.4 – El adulterio como metáfora de la literatura

En la introducción de Cuentos de adúlteros desorientados Millás escribe que:

[…] la base del matrimonio es el adulterio. Más aún: la base sobre la que se sostiene la realidad es el adulterio. Los adúlteros y las adúlteras […] crean una red sobre la que se apoya el resto de las contradicciones que conforman la realidad1

La realidad se sostiene sobre el adulterio, o sea el juego. La realidad no es entonces nada más que una forma de adulterio – o de juego – reconocida por las “autoridades”. Pero no es seguramente la única manera de “jugarse la realidad”.
La vocación de los adúlteros, como hemos visto, es la de escoger nuevas posibilidades, nuevas “camas”, de subvertir el matrimonio mirando la cama de la esposa – o sea la realidad impuesta – desde la perspectiva de la cama de la amante – o sea la realidad recreada según el libre albedrío.
En la contraposición matrimonio – adulterio podemos ver también la contraposición realidad – ficción. La literatura es una manera de “traicionar” la realidad reconocida por las autoridades, de mirarla desde otra perspectiva y de recrearse una realidad que es otra de la impuesta.
Ya hemos visto en La soledad era esto que la identidad de la protagonista acaba por ser ficción, juego, o literatura. En El desorden de tu nombre el protagonista, a través del adulterio y de la escritura, hace un percurso de aprendizaje sobre la identidad y la realidad impuesta. En la página 22 dice que «Tenía cuarenta y dos años y no recordaba haber creído nunca, exceptuando quizá un breve paréntesis adolescente, que los hombres tuvieran más de una existencia; muchos menos que hubiera un orden distinto al conocido desde el que se juzgaran, para bien o para mal, las acciones a las que los seres humanos son empujados por la vida»2, mientras que en la página 136 le dice a su psicanalista que:

Vivimos una vida demasiado pegada a lo aparente, a lo manifesto, a lo que sucede o parece suceder. Usted, por ejemplo, se cree que es mi psicoanalista y yo me creo que soy su paciente […] Laura se cree que para mí es Laura, cuando en realidad es Teresa; ignoro a quién se dirije cuando me habla a mí, pero seguro que no es a Julio Orgaz. Así, con estas convenciones universalmente aceptadas, vamos viviendo. Yo no digo que tales convenciones no tengan su utilidad: gracias a ellas se construyen ciudades, y autopistas, se levantan imperios, se crean jerarquías y las cosas, en general, funcionan […] Pero no es así. Lo cierto es que su lugar y el mío, por poner un ejemplo, son perfectamente intercambiables […] parece absurdo que los hombres nos empeñemos en la búsqueda de un destino proprio o de una identidad definida. Si de verdad tuviésemos identidad, no necesitaríamos tantos papeles (certificados, carnés, pasaportes, etcétera) para mostrarla3

La identidad acaba por ser literatura: certificados, carnés y pasaportes son papeles escritos que dan a la realidad una forma entre las mil posibles. Sin embargo, Julio enseña que las cosas no funcionan necesariamente como parece. Escribir, entonces, es un juego que recrea la realidad, permite inventar nuevas posibilidades. Se cuestiona la realidad, se juega con las palabras e se inventa una nueva realidad. Esto lo afirma explícitamente Millás en su articuento Leer es rebelarse, hablando del sentido de la literatura:

En mis intervenciones en institutos y colegios intento transmitir, no sé si con éxito, la idea de que la lectura constituye uno de los pocos modos que van quedando de rebeldía eficaz frente a un mundo cada vez más mortificado. Se acabaron las revoluciones, las tomas de palacio; no hay más cera que la que arde. Eso no quiere decir que no haya que modificar la realidad (a nadie le gusta), pero hay que cambiarla a base de ponerla en cuestión de tal modo que ni ella misma se pueda contemplar en el espejo sin avergonzarse.
Y eso se hace con palabras, con libros, no a guantazos4

La revolución se hace con palabras según Millás, palabras que como hemos visto tienen el poder de poner en cuestión lo establecido. Las costumbres y las identidades de los hombres están hechas por palabras, y es a través de las palabras que se pueden crear nuevas costumbres, nuevas identidades, nuevos valores que no tienen menos autoridad que los impuestos. De ahí el uso de Millás de la fantasía para reprocharle a la realidad sus absurdidades, para enseñar como la realidad está montada en el absurdo:

[...] cuando digo normal no pierdo de vista desde luego el grado profundo de anormalidad que subyace en la vida cotidiana, aunque hayamos desarrollado mecanismos para no percibirla5

Volviendo al caso del adulterio, la realidad impuesta es el ideal de familia perfecta, con la mujer ama de casa y el marido trabajador: es el modelo promovido durante el franquismo. El adulterio, por el contrario, enseña como estos ideales de estructuras sociales no son los únicos posibles, sino una de las alternativas. La literatura de Millás quiere ser la literatura de lo “bastardo” – véase el mismo título Tonto, muerto, bastardo e invisible. A la familia perfecta, que bien recuerda la realidad impuesta, Millás contrapone la idea del hijo ilegítimo, nacido de padres desconocidos que reflexiona sobre la realidad de una perspectiva excéntrica, que no la acepta como dada:

Hay una idea interesante que ya he citado en alguna ocasión a propósito del Tonto [...] según la cual no habría más que dos grandes literaturas, o dos grandes modos de enfrentarse a la literatura: la literatura del bastardo y la literatura del hijo legítimo. Esto alude a una fantasía que hemos tenido todos en la infancia, la de que no éramos hijos de nuestros padres sino de unos príncipes que nos iban a venir en algún momento a rescatar. Yo pienso que la literatura interesante es la literatura del bastardo, porque es la literatura que pone en cuestión la realidad, que duda, frente al otro gran modelo de hacer literatura, que sería el de aquel que cree que es hijo de sus padres. Desde ahí, seguramente se puede hacer literatura, pero será una literatura sin duda menos interesante. El legítimo habla desde el éxito, mientras que el bastardo habla desde alguna forma de fracaso, porque si pone en cuestión a sus padres es porque no le gustan6

Los padres fantásticos, como por ejemplo los padres daneses que el protagonista español de Tonto, muerto, bastardo e invisible se reinventa, se pueden imaginar como se quiera, se pueden crear y recrear. Pero puede hacer ésto sólo quien se piense hijo ilegítimo, quien dude de la realidad. Estos padres crean un vacío, que es la cosa más fértil para la creación fantástica – y literaria – pues te da la posibilidad de llenarlo según tu proprio gusto.



1 Juan José Millás, Cuentos de adúlteros desorientados, cit, p. 11, 12
2 Juan José Millás, El desorden de tu nombre, cit., p. 22
3 Ibid, p. 136, 137, 138
4 Juan José Millás, “Leer es rebelarse”, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento123.htm
5 Juan José Millás, “Escribir [I]”, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento113.htm

6 http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/entrevista2.htm