Empezamos analizando la dicotomía
entre biología y economía. Esta es introducida en el capítulo
tercero, durante una comida dominical, en la que el narrador tiene en
su cabeza un artículo por escribir sobre las fusiones empresariales;
entre los huéspedes está el marido de la hija de su mujer, que es
economista y parece esperar consejos del narrador sobre un problema
que tuvo con un cliente del banco al que había aconsejado una
inversión demasiado arriesgada. Mientras el discurso vierte sobre
asuntos económicos, el narrador está preparando la comida, y
mirando un huevo cocido empieza su reflexión:
De
repente, frente al huevo cocido (un óvulo cocido, reflexioné),
sentí una especie de invasión de lo biológico que me turbó. Yo
era biología. El yerno de mi mujer y su bebé […] eran también
dos sucesos biológicos […] La lechuga era un hallazgo biológico.
Pero la cáscara de todo eso (quizá también su entraña) parecía
económica.1
En el capítulo
siguiente – el cuarto – la idea del huevo sigue desarrollándose:
en un día que no se especifica, el narrador, que se ha acostado tras
haber leído en una revista informaciones científicas sobre el
huevo2,
sueña con el embrión de un pollo:
[...]
me quedé dormido de nuevo y soñé con el embrión de un pollo en el
interior de su huevo. De alguna manera inexplicabile, yo me
encontraba también dentro del huevo, por lo que me era dado asistir
al espectáculo de la multiplicación de las células, que
asociándose en diferentes grupos iban formando cada uno de los
órganos del ave.3
En el capítulo sexto el
narrador, a través de los ojos del hombrecillo, asiste esta vez a un
espectáculo obsceno – siempre con un huevo. El hombrecillo llega
al piso que está en frente a la casa del narrador, y espía a los
vecinos mientras copulan:
En
un momento de paroxismo, la mujer echó el brazo hacia atrás, de
modo que su mano fue a dar con una cesta de la que tomó a ciegas un
huevo de gallina que reventó entre sus dedos. Mientras se entregaba
al orgasmo, untó con el contenido del huevo los genitales proprios y
los de su compañero, que repetía la expresión ¡ay sí, ay sí, ay
sí! Como una letanía. Aunque habría preferido no asistir a esta
escena, la fragilidad del huevo y del proyecto de ave que
representaba me recordó la inconsistencia de algunos productos
financieros de la época, que se malograban casi antes de nacer.4
Llegamos ahora al capítulo
octavo, en el que el narrador habla de la mujercilla reina, que,
después de la cópula, empieza a poner huevecillos:
Volví a soñar.
Trás la cópula, el hombrecillo se retiró del cuerpo de la reina,
que permaneció en reposo durante un tiempo indeterminado tras el
cual se incorporó y comenzó a recorrer ágilmente todas y cada una
de las celdas del panal depositando en ellas unos huevecillos que
salían del interior de su cuerpo. [...] el espectáculo me hacía
temblar en sueños, dentro de la cama, pues tuve la impresión de que
se me estaba revelando uno de los secretos de la existencia, un
secreto de orden biológico – pero también sutilmente eonómico –
que me era dado sentir, y que recordaría el resto de mi vida [...]
su vagina rosada (de un atractivo metafísico) se dilataba para dejar
caer el huevo. Los huevos brillaban como si en su interior, en vez de
un embrión, hubiera una luz encendida.
Jamás
había asistido a un suceso tan hermoso ni tan turbador como el de
aquel desove, pues se trataba al mismo tiempo de una acción
meramente biológica y puramente metafórica. No soy capaz, por el
momento, de explicarlo mejor, pues nunca hasta entonces me había
sido dado asistir a un suceso que parecía real e imaginario de forma
simultánea. O psicológico y físico a la vez. O moral y orgánico
al tiempo. O económico y biológico de golpe.5
Una primera
peculiaridad de estos cuatros fragmentos es que se alternan el sueño
y la vigilia, dualidad de la que Millás ha hablado explícitamente
en la entrevista que hemos citado: en el capítulo tercero y quinto
el narrador está despierto, mientras que la visión del embrión del
pollo y la cópula de la reina son vistas por el narrador mientras
duerme. Si intentamos emparejarlos entre sí obtenemos un cuadro
bastante singular: la reflexión sobre el huevo cocido, junto a las
lecturas científicas sobre la constitución del huevo, bien podrían
generar el sueño donde el narrador está dentro del huevo, y la
visión de los vecinos que copulan untándose los genitales con un
huevo bien podría ser reelaborada en el sueño donde la reina depone
unos huevos por su vagina. El problema que nos queda si seguimos esta
interpretación es que la visión de los vecinos que copulan se da
gracias al hombrecillo – que no pertenece al mundo “real”, sino
a las alucinaciones del narrador – y esto nos hace sospechar que lo
que el narrador ha visto en el piso de los vecinos no haya pasado en
realidad. Leemos en una entrevista con Millás que, al preguntarle si
no sería más fácil que en vez de enviar a otro a que cumpliese
nuestros deseos más inconfesables, simplemente los cumpliésemos
nosotros, el autor contesta que «El otro somos nosotros»6.
Esto parece significar que los actos cumplidos por lo que el narrador
llama “hombecillo” no son nada más que actos cumplidos por el
narrador mismo, que habría espiado a los vecinos o simplemente
fantaseado sobre ellos mirando por la ventana – esto no podemos
averiguarlo – desahogando su lado de pervertido7.
Dejamos ahora este paréntesis
sobre el sueño y la vigilia, que constituye una pequeña forma de
dualismo, y volvemos al asunto central, a la dicotomía entre
biología y economía.
La biología en todos estos
fragmentos, pertenezcan al mundo del sueño o de la realidad, se da
como una revelación, como un descubrimiento, como un espectáculo al
que el protagonista asiste pásivamente.
Los espectáculos biológicos se
dan además como algo concreto y al mismo tiempo metafórico: el
huevo es tanto un símbolo como algo tangible. Añadimos a estos
cuatro fragmentos citados un quinto, sacado del capítulo once, donde
el narrador está en compañía de la joven prostituta elegida por el
hombrecillo:
No
llevaba medias, pero sí una liga roja en medio del muslo. Me pareció
todo por un lado excesivamente hueco y por otro exageradamente
biológico8
Esta descripción de la
prostituta puede añadir algunos rasgos al cuadro de la biología,
que se da aquí como instinto sexual primitivo, “biológico”, en
fin, que no tiene sentido en sí mismo, no concierne al amor o a la
psicología de la pareja, porque es “hueco” en sí mismo, pero al
mismo tiempo representa las raíces del ser humano.
El cuerpo de la prostituta, como
afirma el narrador, no es algo agradable a la vista del hombre:
Parecía
mentira que debajo de un abrigo tan sutil se ocultara una forma tan
grosera. Pero también cuando se rompe la cáscara del huevo, pensé,
sale de su interior un ser algo grotesco, el pollo9
Señalamos que
esta visión del sexo como algo grotesco, incompatible con los
esquemas estéticos humanos, ya había aparecido en El
mundo,
mientras Millás habla de su descubrimiento del cuerpo de la mujer,
cuerpo que se revela “brutal”:
Un
día, mirando una revista pornográfica con un par de amigos, tuve un
ataque de pánico al descubrir el pezón. Pensaba que algo tan
brutal, tan biológico, no podía formar parte del diseño original
del pecho10
Si pensamos en la disputa entre
creacionismo y evolucionismo, o sea entre mundo como proyecto divino
y el mundo como resultado de una evolución, vemos como el pezón en
el pecho de la mujer, o el cuerpo grosero de la prostituta, parecen
demonstrar que detrás del nacimiento del mundo no hay ningún diseño
divino, ningún diseño perfecto, o estético – en otras palabras
la mujer parece no haber sido creada para complacer a Adán –, sino
puras necesidades biológicas de adaptación que no tienen en cuenta
al hombre como criatura privilegiada.
Pasamos ahora
a cuanto concierne la economía. En el capítulo tercero, donde
aparecen por primera vez los polos biología – economía, se dice
que en el huevo hay algo económico, que “la cáscara de todo eso
(quizá también su entraña) parecía económica”. Esto podría
referirse al hecho de que el hombre necesita construir esquemas,
asignando un valor económico a todo por ejemplo, sustituir lo que es
auténtico por una copia hecha a medida, que no corresponde a la
realidad, sino al esquema que el hombre se ha hecho de esta. Como
afirma Millás en el articuento titulado “El huevo” – nótese
que este símbolo ya formaba parte del repertorio de Millás –
«Mucha gente se asombra de que en la comida de los aviones le toque
siempre la parte central del huevo duro. No saben que esa loncha
procede de un huevo artificial, con forma de chorizo, donde no hay
más que rodajas centrales, para que las bandejas sean idénticas […]
Todo está atado y bien atado [...] En cualquier caso, conviene saber
que los huevos de gallina auténticos [...] tienen una forma
distinta. A ver si un día tropezamos con los de verdad y nos parecen
defectuosos»11.
Se prospecta aquella obsesión de la recostrucción de la realidad,
que constituye una de las bases de cuentos como Laura
y Julio,
y de la que encontramos otro indicio en Lo
que sé de los hombrecillos,
cuando el narrador dice que «Entré en la pescadería y adquirí un
bogavante de algo más de un kilo que agitó la cola con
desesperación (quizá con cálculo, no sé) al ser extraído del
tanque»12.
Este “cálculo” podría ser interpretado como una duda del
narrador de si este bogavante es “auténtico” o una
reconstrucción de un bogavante, como en el articuento los huevos a
los que estamos acostumbrados son diferentes de los “huevos
auténticos”. A lo mejor se está hablando de una realidad
reconstruida, transgénica, hecha a medida para el hombre, cosa que
bien se conecta a las estrategias económicas de las “empresas”.
Tenemos que tener en cuenta que en la cultura posmoderna se ha
hablado mucho de simulacros de la realidad, como afirma S. Turkle en
Life
on the screen:
The
Theorists of the postmodernism have also written about worlds without
origins. They write of simulacra, copies of things that no longer
have originals.13
El huevo, el bogavante, de
elementos naturales primitivos se vuelven en simulacros de un pasado
que ya no existe, que tiene en su lugar una reconstrucción. Eran
biológicos, pero ahora se han vuelto económicos. Escribe
Baudrillard:
[…] si
può vivere solo dell'idea di una verità alterata.
È il solo modo per vivere della verità. L'altro è insopportabile
(proprio perchè la
verità non esiste)14
Baudrillard
habla de la «agonia dei referenti forti, l'agonia del reale e del
razionale, che introduce a un'era della simulazione»15.
A un
vacío la única cosa que se puede contraponer es una simulación.
Esto se deja claro en el capítulo ocho de Lo
que sé de los hombrecillos,
que se focaliza en la economía:
[...]
yo no había hecho en mi vida otra cosa que observar a los hombres y
tomar nota de su comportamiento (su comportamiento económico sobre
todo) para tratar de imitarlos al objeto de disimular mi diferencia.16
La economía aquí se pone ante
todo como un comportamiento de los hombres, comportamiento que el
narrador intenta emular sin entenderlo, como si fuera un patrón
desconocido que se convierte en dogma. Por otra parte, como se sabe,
¿de qué surgen los dogmas, sino del miedo y de la necesidad de
ocultar la nada, la falta de substancia y de la lógica que hay
detrás?
Este tipo de
emulación, que Roger Callois llamaría mimicry17,
es considerada por Freud una etapa del crecimiento de los niños, que
a menudo juegan a imitar los soldados o los doctores, poniendo en
escena el mundo de los adultos, y especialmente los aspectos que más
les han impresionado (Millás en El
mundo
dice que cuando era niño permaneció un día con los ojos cerrados
para fingirse ciego, después de haber descubierto que había niños
ciegos). Uno de los aspectos de la mimicry
que Callois y Freud han puesto en evidencia es el hecho de que quien
interpreta un papel tiene conciencia de la ficción: los niños saben
que están jugando a ser doctores, o a ser soldados, de la misma
manera que aquí el narrador sabe que está “jugando” a hacer el
experto de asuntos económicos. El problema es que, cuando adultas,
las personas se olvidan de que esto es simulación, tienen que
olvidarlo, de otra manera asistiríamos al colapso de la sociedad.
Sabemos que
Millás trabaja mucho con «la memoria, que es un material precioso
para un escritor»18,
y esta imitación del mundo de los adultos es un tema recurrente –
otro ejemplo lo encontramos también en Tonto,
muerto, bastardo e invisible,
donde el protagonista afirma ser tonto e intentar imitar a los
“sanos”.
Se plantea entonces, en este
caso, una contraposición entre infancia – que puede ser
representada en parte por los hombrecillos y la biología – y el
mundo de los adultos – que, una vez castrada la fantasía con el
sistema educativo, se basa en la ciencia “racional” – y vacía
– de la economía.
La inclinación de Millás la
descubrimos en una entrevista, donde es muy explícito al respecto:
Los
niños son muy delirantes. Ser adulto es salir de ese delirio,
arrancarte de allí. Ser adulto es despreciar toda esa zona de la
realidad con la que no queremos tratos. Y si los tienes, que nadie se
entere. El artista en general, y el escritor, que creo que es una
persona que ha tenido dificultades para madurar, no abandona ese
territorio. Sigue viendo hombrecillos de adulto. Ese es el caso del
narrador. Y hay mucha gente que no ve hombrecillos ni ve nada, porque
la educación ha sido muy eficaz.19
Aquí la
contraposición se encuentra entre el mundo de los niños – y en
parte de los escritores – y el mundo de los adultos. En Lo
que sé de los hombrecillos
esta contraposición se da bastante explícitamente: el narrador
guarda el secreto de los hombrecillos – secreto que vemos asociado
a la “biología”, a la parte primitiva que consituye el ser
humano – con la niña, Alba, en su habitación, mientras que los
discursos que se hacen en cocina, que puede representar el lugar más
“público”, vierten sobre economía. Si por un lado el narrador
se avergüenza de hablar de los hombrecillos, y como hemos visto al
final los niega, por otro la niña Alba cuenta que su madre está
obsesionada por los hombrecillos, poniendo de relieve como el mundo
de los adultos, aunque intente reprimirlo, tiene sus “hombrecillos”,
su parte fantástica primitiva, biológica, sólo que no quiere
admitirlo. Por lo que concierne el narrador, éste parece tener el
que llaman “síndrome de Peter Pan”: no abandona su mundo
fantástico, con sus extrañas criaturas procedentes de sus fantasías
infantiles, y cuando Alba crece se limita a intercambiar miradas de
complicidad con ella, eligiendo en su lugar otra niña con la que
sigue sus juegos fantásticos, como por otra parte Peter Pan excluye
a Wendy de su mundo, una vez que esta es demasiado grande, y elige a
otra niña.
Esta interpretación bien se
conecta a lo que ha afirmado Freud, o sea que el arte y la literatura
son una gratificación, una compensación para los adultos que han
perdido la infancia, y de hecho como afirma Millás el artista y el
escritor son personas que han tenido dificultades para madurar.
Focalicémonos de nuevo en la
economía – o sea en el mundo de los adultos. Éste, a pesar de
tener pretensiones de ser un mundo racional, que se contrapone a las
fantasías infantiles, parece ser para Millás un mundo que no es
menos fantástico que el de los niños.
Ante todo,
este narrador que confiesa no haber entendido nunca la economía es
profesor universitario y escritor de artículos económicos. El
puesto socialmente elevado que ocupa parece ser una burla que Millás
gasta a la sociedad. Las provocaciones siguen cuando Millás en su
entrevistas habla de la diferencia entre lo que es real y lo que es
simplemente habitual, describiendo un mundo donde «[...] lo habitual
es lo anormal [...] Cuando nos llega algo de esa naturaleza,
reconocemos lo que seguramente es una de las condiciones
fundamentales de la existencia: la anormalidad fundamental sobre la
que está montada»20.
La economía, entonces, podría ser una creación de la mente humana,
algo ficticio, sinsentido, instalado en el hombre a través de «La
educación [que] consiste en aceptar lo que no comprendemos»21;
como afirma Millás, es costumbre del hombre el crear algo y después
volverse esclavo de su creación22,
como ha pasado por ejemplo con el concepto de tiempo.
En el capítulo
veintidos de Lo
que sé de los hombrecillos
el narrador, mientras reflexiona sobre su profesión, habla de sus
ocupaciones relacionadas con la economía como algo gaseoso, que no
tiene substancia:
[…]
las ocupaciones de la vida cotidiana me parecían cada vez más
ilusorias, más vanas, menos consistentes. Las veía, las podía
tocar incluso, pero se deshacían entre las manos, como el humo. La
economía, disciplina a la que había dedicado mi vida porque creí
que era la malla sobre la que descansaba la realidad, además de
explicarla, cayó en un profundo discrédito. Un simple huevo de
gallina, en cambio, se me revelaba como un acontecimiento
profundamente real.23
Se habla de un intento de
explicar la realidad, de racionalizarla, aunque todos estos esquemas
parecen revelarse ilusorios, comparados al “huevo de gallina”, o
sea a lo que hemos llamado “biológico”. En el capítulo
veinticuatro, mientras el narrador está buscando a su víctima,
estas ideas son fortalecidas por otra reflexión que hace:
Entonces
salió de un portal agrietado un anciano cojo al que me bastó seguir
durante unos metros para decidir que sería mi víctima. Y en el
momento mismo de decidirlo sentí que yo allí era real, al contrario
de cuando escribía mis artículos de economía. Lo malo fue que al
mismo tiempo pensé que la economía sí servía para explicar la
realidad, pues aquel viejo iba a morir por pobre.24
Si analizamos las últimas dos
citas sobre economía, vemos que ésta parece estar caracterizada por
ser irreal, ilusoria, pero al mismo tiempo conectada con las
“ocupaciones” del autor, o sea conectada a un papel activo del
hombre, al contrario que la contemplación pasiva que hemos observado
hablando de la biología. El papel de la economía es el de “explicar
la realidad”, pero si la realidad no tiene una verdadera
explicación, la economía se queda en un conjunto de palabras sin
sentido, un esquema creado arbitrariamente entre los infinitos
posibles, algo inventado que no tiene más sentido que los
hombrecillos. ¿Es este el caso?
Si pensamos de
manera positivista y modernista el mundo es esquematizable,
comprensible, “lógico” y “jerárquico”, y entonces la
economía tendría un papel fundamental. Pero en una visión
posmodernista todo está “descentrado”, “fluido”, “no
lineal” y “opaco”25;
entonces la economía quedaría como una creación del hombre, un
“texto”.
La visión de Millás es
claramente posmodernista, lo vemos muy claramente de una citación
del libro, en la que se ríe de los conceptos de “linearidad”,
“lógica” y “jerarquía”. Aquí, el narrador, desesperado,
intenta aplicar los conceptos de su mundo “abitual” –
recuérdese bien la diferencia entre lo habitual y lo real – al
mundo de los hombrecillos, obteniendo como respuesta una risa
cósmica:
Se
me había metido en la cabeza que en aquel mundo, como en todos los
que yo conocía y respetaba, tenía que haber una jerarquía, un
orden que me había ganado el derecho a conocer. Les exigí
telepáticamente que se manifestaran, para pedirles explicaciones,
pero sólo me llegaba su silencio cósmico, que parecía una variedad
de la risa.26
La del
narrador parece ser la actitud del ilustrado, que cree poder entender
un mundo que en realidad está «organizado quién sabe cómo,
montado para que prevalezcan la apariencia y el artificio»27,
que en fin no tiene orden, excepto el que se inventan arbitrariamente
los hombres.
La economía –
que según esta interpretación puede simbolizar la actitud
positivista de explicar la realidad – queda satirizada
explícitamente por Millás en dos entrevistas sobre Lo
que sé de los hombrecillos:
Creo
que lo que está intentando hacer [el protagonista] a través de ese
deseo de encontrar un vínculo original entre esas dos cuestiones es
sumergirse en algo real. Lo que pasa es que esta es una novela en la
que todo conduce a ese hombre a lo contrario de lo que busca...
Cuanto más se hunde en la realidad, más irreal resulta ésta.
Cuanto más real parece algo – por ejemplo, el huevo que toma como
ejemplo máximo de artefacto biológico, y que se acaba convirtiendo
en artefacto metafórico –, más simbólico resulta. En ese proceso
constata que la economía, mostrándose en apariencia como una
ciencia racional, pertenece al orden de los sentimientos, puesto que
la bolsa no se mueve por un cálculo racional, sino por un cálculo
emocional.28
El
protagonista está obsesionado con encontrar la relación entre esos
dos mundos y no una relación obvia, que las hay, sino profunda. Creo
que piensa que si consigue agarrarse a lo que se ve, a lo que se
toca, a lo que en el mundo del que procede representa la normalidad,
será capaz de volverse normal. Curiosamente, cuanto más se adentra
en la realidad, más irreal le parece, y cuanto más se adentra en el
sueño, más real le parece. Hay un juego de contrarios. Todo conduce
a su contrario: la realidad a la irrealidad, el sueño a la realidad
y una ciencia en apariencia tan racional como la economía está
sujeta a continuos vaivenes emocionales. Depende más de las
emociones que de la razón.29
Cada vez que el protagonista
intenta descubrir la realidad, esta se muestra más complicada, y
todas las categorías que intenta distinguir acaban por fundirse y
con-fundirse: la biología es real, pero al mismo tiempo metafórica,
surreal; la economía por otra parte, sobre la que parece estar
armada la realidad cotidiana, se descubre ficticia, una pura creación
de la fantasía del hombre, y además movida por un cálculo
emocional.
1
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 20, 21
2
El
narrador nos cuenta una serie de informaciones científicas, por
ejemplo que el huevo tiene una gestación de tres semanas, durante
las cuales no recibe ningún nutriente de fuera. El oxigeno lo toma
en parte de la cámara de aire y en parte de los 7.500 poros que
posee.
3
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 25
4
Ibid,
p. 38
5
Ibid,
p. 49, 50
6
http://www.elpais.com/edigitales/entrevista.html?encuentro=7332
7
A
pesar de nuestro intento de esquematizar la dicotomía sueño –
vigilia, tenemos que tener en cuenta que, según lo que ha afirmado
Millás, no tiene sentido establecer una frontera demasiado rígida
entre sueño y vigilia: «Soñar despierto no solo influye en la
vida diaria, sino que la determina. Todo lo que existe en la
realidad ha pasado antes por la cabeza [...] La realidad es el
resultado de un sueño.» .
http://www.levante-emv.com/cultura/2010/10/17/supiera-final-novela-seria-incapaz-escribirla/748208.html
8
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 68
9
Ibid,
p. 70
10
Juan
José Millás, El
mundo,
cit., p. 17
11
Juan
José Millás, “El huevo”,
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento085.htm
12
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 174
13
S.
Turkle, Life
on screen,
New York, Simon & Schuster, Rockefeller Center, 1995, p. 47. Un
ejemplo es Jean Baudrillard. En Simulacri
e impostura,
Jean Baudrillard habla de un pasado que ofrece referencias, mientras
que el presente está vacío. Para huir del vacío del presente los
simulacros recrean el pasado de una manera aún más perfecta de
como era en realidad.
14
Jean
Baudrillard, Simulacri
e impostura: Bestie, Beaubourg, apparenze e altri oggetti,
Pgreco, Milano, 2009, p. 54
15
Ibid,
p. 22
16
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 53
17
Roger
Callois, I
giochi e gli uomini,
«Mimica e travestimento sono dunque le molle complementari di
questa categoria di giochi [la mimicry]. Nel
bambino si tratta carnaval.essenzialmente di imitare l’adulto»,
p. 38, pero Callois afirma también que la mimicry
trasciende la infancia y se encuentra también en la vida adulta, en
comportamientos que gozan del hecho de disfrazarse y de sus
consecuencias. Un ejemplo es el Carnaval.
18
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/entrevista2.htm
19
http://www.levante-emv.com/cultura/2010/10/17/supiera-final-novela-seria-incapaz-escribirla/748208.html
20
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/entrevista.htm
21
Juan
José Millás, “Absurdo”,
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento182.htm
22
Juan
José Millás, “Los grandes inventos”,
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento039.htm
23
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 132, 133
24
Ibid,
p. 144
25
S.
Turkle habla de la visión posmodernista «characterized by such
terms as “decentered,” “fluid,” “nonlinear,” and
“opaque”. They contrast with modernism, the classical world-view
that has dominated Western thinking since the Enlightenment. The
modernist view of reality is characterized by such terms as
“linear,” “logical,” “hierarchical,” and by having
“depths” that can be plumbed and understood.» [S.
Turkle, Life
on screen,
cit., p. 17]
26
Juan
José Millás, Lo
que sé de los hombrecillos,
cit., p. 136
27
http://descargas.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/bameric/01472846655926117654480/210151_0016.pdf,
p. 78
28
http://www.diariovasco.com/v/20101111/cultura/preferible-pactar-nuestra-zona-20101111.html
29
http://www.diariodenavarra.es/20101107/culturaysociedad/la-literatura-o-es-metafora-realidad-o-es-nada.html?not=2010110701075987&idnot=2010110701075987&dia=20101107&seccion=culturaysociedad&seccion2=culturaysociedad&chnl=40&ph=5