3.1 – Biología y economía

Empezamos analizando la dicotomía entre biología y economía. Esta es introducida en el capítulo tercero, durante una comida dominical, en la que el narrador tiene en su cabeza un artículo por escribir sobre las fusiones empresariales; entre los huéspedes está el marido de la hija de su mujer, que es economista y parece esperar consejos del narrador sobre un problema que tuvo con un cliente del banco al que había aconsejado una inversión demasiado arriesgada. Mientras el discurso vierte sobre asuntos económicos, el narrador está preparando la comida, y mirando un huevo cocido empieza su reflexión:

De repente, frente al huevo cocido (un óvulo cocido, reflexioné), sentí una especie de invasión de lo biológico que me turbó. Yo era biología. El yerno de mi mujer y su bebé […] eran también dos sucesos biológicos […] La lechuga era un hallazgo biológico. Pero la cáscara de todo eso (quizá también su entraña) parecía económica.1

En el capítulo siguiente – el cuarto – la idea del huevo sigue desarrollándose: en un día que no se especifica, el narrador, que se ha acostado tras haber leído en una revista informaciones científicas sobre el huevo2, sueña con el embrión de un pollo:

[...] me quedé dormido de nuevo y soñé con el embrión de un pollo en el interior de su huevo. De alguna manera inexplicabile, yo me encontraba también dentro del huevo, por lo que me era dado asistir al espectáculo de la multiplicación de las células, que asociándose en diferentes grupos iban formando cada uno de los órganos del ave.3

En el capítulo sexto el narrador, a través de los ojos del hombrecillo, asiste esta vez a un espectáculo obsceno – siempre con un huevo. El hombrecillo llega al piso que está en frente a la casa del narrador, y espía a los vecinos mientras copulan:

En un momento de paroxismo, la mujer echó el brazo hacia atrás, de modo que su mano fue a dar con una cesta de la que tomó a ciegas un huevo de gallina que reventó entre sus dedos. Mientras se entregaba al orgasmo, untó con el contenido del huevo los genitales proprios y los de su compañero, que repetía la expresión ¡ay sí, ay sí, ay sí! Como una letanía. Aunque habría preferido no asistir a esta escena, la fragilidad del huevo y del proyecto de ave que representaba me recordó la inconsistencia de algunos productos financieros de la época, que se malograban casi antes de nacer.4

Llegamos ahora al capítulo octavo, en el que el narrador habla de la mujercilla reina, que, después de la cópula, empieza a poner huevecillos:

Volví a soñar. Trás la cópula, el hombrecillo se retiró del cuerpo de la reina, que permaneció en reposo durante un tiempo indeterminado tras el cual se incorporó y comenzó a recorrer ágilmente todas y cada una de las celdas del panal depositando en ellas unos huevecillos que salían del interior de su cuerpo. [...] el espectáculo me hacía temblar en sueños, dentro de la cama, pues tuve la impresión de que se me estaba revelando uno de los secretos de la existencia, un secreto de orden biológico – pero también sutilmente eonómico – que me era dado sentir, y que recordaría el resto de mi vida [...] su vagina rosada (de un atractivo metafísico) se dilataba para dejar caer el huevo. Los huevos brillaban como si en su interior, en vez de un embrión, hubiera una luz encendida.
Jamás había asistido a un suceso tan hermoso ni tan turbador como el de aquel desove, pues se trataba al mismo tiempo de una acción meramente biológica y puramente metafórica. No soy capaz, por el momento, de explicarlo mejor, pues nunca hasta entonces me había sido dado asistir a un suceso que parecía real e imaginario de forma simultánea. O psicológico y físico a la vez. O moral y orgánico al tiempo. O económico y biológico de golpe.5

Una primera peculiaridad de estos cuatros fragmentos es que se alternan el sueño y la vigilia, dualidad de la que Millás ha hablado explícitamente en la entrevista que hemos citado: en el capítulo tercero y quinto el narrador está despierto, mientras que la visión del embrión del pollo y la cópula de la reina son vistas por el narrador mientras duerme. Si intentamos emparejarlos entre sí obtenemos un cuadro bastante singular: la reflexión sobre el huevo cocido, junto a las lecturas científicas sobre la constitución del huevo, bien podrían generar el sueño donde el narrador está dentro del huevo, y la visión de los vecinos que copulan untándose los genitales con un huevo bien podría ser reelaborada en el sueño donde la reina depone unos huevos por su vagina. El problema que nos queda si seguimos esta interpretación es que la visión de los vecinos que copulan se da gracias al hombrecillo – que no pertenece al mundo “real”, sino a las alucinaciones del narrador – y esto nos hace sospechar que lo que el narrador ha visto en el piso de los vecinos no haya pasado en realidad. Leemos en una entrevista con Millás que, al preguntarle si no sería más fácil que en vez de enviar a otro a que cumpliese nuestros deseos más inconfesables, simplemente los cumpliésemos nosotros, el autor contesta que «El otro somos nosotros»6. Esto parece significar que los actos cumplidos por lo que el narrador llama “hombecillo” no son nada más que actos cumplidos por el narrador mismo, que habría espiado a los vecinos o simplemente fantaseado sobre ellos mirando por la ventana – esto no podemos averiguarlo – desahogando su lado de pervertido7.
Dejamos ahora este paréntesis sobre el sueño y la vigilia, que constituye una pequeña forma de dualismo, y volvemos al asunto central, a la dicotomía entre biología y economía.
La biología en todos estos fragmentos, pertenezcan al mundo del sueño o de la realidad, se da como una revelación, como un descubrimiento, como un espectáculo al que el protagonista asiste pásivamente.
Los espectáculos biológicos se dan además como algo concreto y al mismo tiempo metafórico: el huevo es tanto un símbolo como algo tangible. Añadimos a estos cuatro fragmentos citados un quinto, sacado del capítulo once, donde el narrador está en compañía de la joven prostituta elegida por el hombrecillo:

No llevaba medias, pero sí una liga roja en medio del muslo. Me pareció todo por un lado excesivamente hueco y por otro exageradamente biológico8

Esta descripción de la prostituta puede añadir algunos rasgos al cuadro de la biología, que se da aquí como instinto sexual primitivo, “biológico”, en fin, que no tiene sentido en sí mismo, no concierne al amor o a la psicología de la pareja, porque es “hueco” en sí mismo, pero al mismo tiempo representa las raíces del ser humano.
El cuerpo de la prostituta, como afirma el narrador, no es algo agradable a la vista del hombre:

Parecía mentira que debajo de un abrigo tan sutil se ocultara una forma tan grosera. Pero también cuando se rompe la cáscara del huevo, pensé, sale de su interior un ser algo grotesco, el pollo9

Señalamos que esta visión del sexo como algo grotesco, incompatible con los esquemas estéticos humanos, ya había aparecido en El mundo, mientras Millás habla de su descubrimiento del cuerpo de la mujer, cuerpo que se revela “brutal”:

Un día, mirando una revista pornográfica con un par de amigos, tuve un ataque de pánico al descubrir el pezón. Pensaba que algo tan brutal, tan biológico, no podía formar parte del diseño original del pecho10

Si pensamos en la disputa entre creacionismo y evolucionismo, o sea entre mundo como proyecto divino y el mundo como resultado de una evolución, vemos como el pezón en el pecho de la mujer, o el cuerpo grosero de la prostituta, parecen demonstrar que detrás del nacimiento del mundo no hay ningún diseño divino, ningún diseño perfecto, o estético – en otras palabras la mujer parece no haber sido creada para complacer a Adán –, sino puras necesidades biológicas de adaptación que no tienen en cuenta al hombre como criatura privilegiada.
Pasamos ahora a cuanto concierne la economía. En el capítulo tercero, donde aparecen por primera vez los polos biología – economía, se dice que en el huevo hay algo económico, que “la cáscara de todo eso (quizá también su entraña) parecía económica”. Esto podría referirse al hecho de que el hombre necesita construir esquemas, asignando un valor económico a todo por ejemplo, sustituir lo que es auténtico por una copia hecha a medida, que no corresponde a la realidad, sino al esquema que el hombre se ha hecho de esta. Como afirma Millás en el articuento titulado “El huevo” – nótese que este símbolo ya formaba parte del repertorio de Millás – «Mucha gente se asombra de que en la comida de los aviones le toque siempre la parte central del huevo duro. No saben que esa loncha procede de un huevo artificial, con forma de chorizo, donde no hay más que rodajas centrales, para que las bandejas sean idénticas […] Todo está atado y bien atado [...] En cualquier caso, conviene saber que los huevos de gallina auténticos [...] tienen una forma distinta. A ver si un día tropezamos con los de verdad y nos parecen defectuosos»11. Se prospecta aquella obsesión de la recostrucción de la realidad, que constituye una de las bases de cuentos como Laura y Julio, y de la que encontramos otro indicio en Lo que sé de los hombrecillos, cuando el narrador dice que «Entré en la pescadería y adquirí un bogavante de algo más de un kilo que agitó la cola con desesperación (quizá con cálculo, no sé) al ser extraído del tanque»12. Este “cálculo” podría ser interpretado como una duda del narrador de si este bogavante es “auténtico” o una reconstrucción de un bogavante, como en el articuento los huevos a los que estamos acostumbrados son diferentes de los “huevos auténticos”. A lo mejor se está hablando de una realidad reconstruida, transgénica, hecha a medida para el hombre, cosa que bien se conecta a las estrategias económicas de las “empresas”. Tenemos que tener en cuenta que en la cultura posmoderna se ha hablado mucho de simulacros de la realidad, como afirma S. Turkle en Life on the screen:

The Theorists of the postmodernism have also written about worlds without origins. They write of simulacra, copies of things that no longer have originals.13

El huevo, el bogavante, de elementos naturales primitivos se vuelven en simulacros de un pasado que ya no existe, que tiene en su lugar una reconstrucción. Eran biológicos, pero ahora se han vuelto económicos. Escribe Baudrillard:

[…] si può vivere solo dell'idea di una verità alterata. È il solo modo per vivere della verità. L'altro è insopportabile (proprio perchè la verità non esiste)14

Baudrillard habla de la «agonia dei referenti forti, l'agonia del reale e del razionale, che introduce a un'era della simulazione»15. A un vacío la única cosa que se puede contraponer es una simulación. Esto se deja claro en el capítulo ocho de Lo que sé de los hombrecillos, que se focaliza en la economía:

[...] yo no había hecho en mi vida otra cosa que observar a los hombres y tomar nota de su comportamiento (su comportamiento económico sobre todo) para tratar de imitarlos al objeto de disimular mi diferencia.16

La economía aquí se pone ante todo como un comportamiento de los hombres, comportamiento que el narrador intenta emular sin entenderlo, como si fuera un patrón desconocido que se convierte en dogma. Por otra parte, como se sabe, ¿de qué surgen los dogmas, sino del miedo y de la necesidad de ocultar la nada, la falta de substancia y de la lógica que hay detrás?
Este tipo de emulación, que Roger Callois llamaría mimicry17, es considerada por Freud una etapa del crecimiento de los niños, que a menudo juegan a imitar los soldados o los doctores, poniendo en escena el mundo de los adultos, y especialmente los aspectos que más les han impresionado (Millás en El mundo dice que cuando era niño permaneció un día con los ojos cerrados para fingirse ciego, después de haber descubierto que había niños ciegos). Uno de los aspectos de la mimicry que Callois y Freud han puesto en evidencia es el hecho de que quien interpreta un papel tiene conciencia de la ficción: los niños saben que están jugando a ser doctores, o a ser soldados, de la misma manera que aquí el narrador sabe que está “jugando” a hacer el experto de asuntos económicos. El problema es que, cuando adultas, las personas se olvidan de que esto es simulación, tienen que olvidarlo, de otra manera asistiríamos al colapso de la sociedad.
Sabemos que Millás trabaja mucho con «la memoria, que es un material precioso para un escritor»18, y esta imitación del mundo de los adultos es un tema recurrente – otro ejemplo lo encontramos también en Tonto, muerto, bastardo e invisible, donde el protagonista afirma ser tonto e intentar imitar a los “sanos”.
Se plantea entonces, en este caso, una contraposición entre infancia – que puede ser representada en parte por los hombrecillos y la biología – y el mundo de los adultos – que, una vez castrada la fantasía con el sistema educativo, se basa en la ciencia “racional” – y vacía – de la economía.
La inclinación de Millás la descubrimos en una entrevista, donde es muy explícito al respecto:

Los niños son muy delirantes. Ser adulto es salir de ese delirio, arrancarte de allí. Ser adulto es despreciar toda esa zona de la realidad con la que no queremos tratos. Y si los tienes, que nadie se entere. El artista en general, y el escritor, que creo que es una persona que ha tenido dificultades para madurar, no abandona ese territorio. Sigue viendo hombrecillos de adulto. Ese es el caso del narrador. Y hay mucha gente que no ve hombrecillos ni ve nada, porque la educación ha sido muy eficaz.19

Aquí la contraposición se encuentra entre el mundo de los niños – y en parte de los escritores – y el mundo de los adultos. En Lo que sé de los hombrecillos esta contraposición se da bastante explícitamente: el narrador guarda el secreto de los hombrecillos – secreto que vemos asociado a la “biología”, a la parte primitiva que consituye el ser humano – con la niña, Alba, en su habitación, mientras que los discursos que se hacen en cocina, que puede representar el lugar más “público”, vierten sobre economía. Si por un lado el narrador se avergüenza de hablar de los hombrecillos, y como hemos visto al final los niega, por otro la niña Alba cuenta que su madre está obsesionada por los hombrecillos, poniendo de relieve como el mundo de los adultos, aunque intente reprimirlo, tiene sus “hombrecillos”, su parte fantástica primitiva, biológica, sólo que no quiere admitirlo. Por lo que concierne el narrador, éste parece tener el que llaman “síndrome de Peter Pan”: no abandona su mundo fantástico, con sus extrañas criaturas procedentes de sus fantasías infantiles, y cuando Alba crece se limita a intercambiar miradas de complicidad con ella, eligiendo en su lugar otra niña con la que sigue sus juegos fantásticos, como por otra parte Peter Pan excluye a Wendy de su mundo, una vez que esta es demasiado grande, y elige a otra niña.
Esta interpretación bien se conecta a lo que ha afirmado Freud, o sea que el arte y la literatura son una gratificación, una compensación para los adultos que han perdido la infancia, y de hecho como afirma Millás el artista y el escritor son personas que han tenido dificultades para madurar.
Focalicémonos de nuevo en la economía – o sea en el mundo de los adultos. Éste, a pesar de tener pretensiones de ser un mundo racional, que se contrapone a las fantasías infantiles, parece ser para Millás un mundo que no es menos fantástico que el de los niños.
Ante todo, este narrador que confiesa no haber entendido nunca la economía es profesor universitario y escritor de artículos económicos. El puesto socialmente elevado que ocupa parece ser una burla que Millás gasta a la sociedad. Las provocaciones siguen cuando Millás en su entrevistas habla de la diferencia entre lo que es real y lo que es simplemente habitual, describiendo un mundo donde «[...] lo habitual es lo anormal [...] Cuando nos llega algo de esa naturaleza, reconocemos lo que seguramente es una de las condiciones fundamentales de la existencia: la anormalidad fundamental sobre la que está montada»20. La economía, entonces, podría ser una creación de la mente humana, algo ficticio, sinsentido, instalado en el hombre a través de «La educación [que] consiste en aceptar lo que no comprendemos»21; como afirma Millás, es costumbre del hombre el crear algo y después volverse esclavo de su creación22, como ha pasado por ejemplo con el concepto de tiempo.
En el capítulo veintidos de Lo que sé de los hombrecillos el narrador, mientras reflexiona sobre su profesión, habla de sus ocupaciones relacionadas con la economía como algo gaseoso, que no tiene substancia:

[…] las ocupaciones de la vida cotidiana me parecían cada vez más ilusorias, más vanas, menos consistentes. Las veía, las podía tocar incluso, pero se deshacían entre las manos, como el humo. La economía, disciplina a la que había dedicado mi vida porque creí que era la malla sobre la que descansaba la realidad, además de explicarla, cayó en un profundo discrédito. Un simple huevo de gallina, en cambio, se me revelaba como un acontecimiento profundamente real.23

Se habla de un intento de explicar la realidad, de racionalizarla, aunque todos estos esquemas parecen revelarse ilusorios, comparados al “huevo de gallina”, o sea a lo que hemos llamado “biológico”. En el capítulo veinticuatro, mientras el narrador está buscando a su víctima, estas ideas son fortalecidas por otra reflexión que hace:

Entonces salió de un portal agrietado un anciano cojo al que me bastó seguir durante unos metros para decidir que sería mi víctima. Y en el momento mismo de decidirlo sentí que yo allí era real, al contrario de cuando escribía mis artículos de economía. Lo malo fue que al mismo tiempo pensé que la economía sí servía para explicar la realidad, pues aquel viejo iba a morir por pobre.24

Si analizamos las últimas dos citas sobre economía, vemos que ésta parece estar caracterizada por ser irreal, ilusoria, pero al mismo tiempo conectada con las “ocupaciones” del autor, o sea conectada a un papel activo del hombre, al contrario que la contemplación pasiva que hemos observado hablando de la biología. El papel de la economía es el de “explicar la realidad”, pero si la realidad no tiene una verdadera explicación, la economía se queda en un conjunto de palabras sin sentido, un esquema creado arbitrariamente entre los infinitos posibles, algo inventado que no tiene más sentido que los hombrecillos. ¿Es este el caso?
Si pensamos de manera positivista y modernista el mundo es esquematizable, comprensible, “lógico” y “jerárquico”, y entonces la economía tendría un papel fundamental. Pero en una visión posmodernista todo está “descentrado”, “fluido”, “no lineal” y “opaco”25; entonces la economía quedaría como una creación del hombre, un “texto”.
La visión de Millás es claramente posmodernista, lo vemos muy claramente de una citación del libro, en la que se ríe de los conceptos de “linearidad”, “lógica” y “jerarquía”. Aquí, el narrador, desesperado, intenta aplicar los conceptos de su mundo “abitual” – recuérdese bien la diferencia entre lo habitual y lo real – al mundo de los hombrecillos, obteniendo como respuesta una risa cósmica:

Se me había metido en la cabeza que en aquel mundo, como en todos los que yo conocía y respetaba, tenía que haber una jerarquía, un orden que me había ganado el derecho a conocer. Les exigí telepáticamente que se manifestaran, para pedirles explicaciones, pero sólo me llegaba su silencio cósmico, que parecía una variedad de la risa.26

La del narrador parece ser la actitud del ilustrado, que cree poder entender un mundo que en realidad está «organizado quién sabe cómo, montado para que prevalezcan la apariencia y el artificio»27, que en fin no tiene orden, excepto el que se inventan arbitrariamente los hombres.
La economía – que según esta interpretación puede simbolizar la actitud positivista de explicar la realidad – queda satirizada explícitamente por Millás en dos entrevistas sobre Lo que sé de los hombrecillos:

Creo que lo que está intentando hacer [el protagonista] a través de ese deseo de encontrar un vínculo original entre esas dos cuestiones es sumergirse en algo real. Lo que pasa es que esta es una novela en la que todo conduce a ese hombre a lo contrario de lo que busca... Cuanto más se hunde en la realidad, más irreal resulta ésta. Cuanto más real parece algo – por ejemplo, el huevo que toma como ejemplo máximo de artefacto biológico, y que se acaba convirtiendo en artefacto metafórico –, más simbólico resulta. En ese proceso constata que la economía, mostrándose en apariencia como una ciencia racional, pertenece al orden de los sentimientos, puesto que la bolsa no se mueve por un cálculo racional, sino por un cálculo emocional.28

El protagonista está obsesionado con encontrar la relación entre esos dos mundos y no una relación obvia, que las hay, sino profunda. Creo que piensa que si consigue agarrarse a lo que se ve, a lo que se toca, a lo que en el mundo del que procede representa la normalidad, será capaz de volverse normal. Curiosamente, cuanto más se adentra en la realidad, más irreal le parece, y cuanto más se adentra en el sueño, más real le parece. Hay un juego de contrarios. Todo conduce a su contrario: la realidad a la irrealidad, el sueño a la realidad y una ciencia en apariencia tan racional como la economía está sujeta a continuos vaivenes emocionales. Depende más de las emociones que de la razón.29

Cada vez que el protagonista intenta descubrir la realidad, esta se muestra más complicada, y todas las categorías que intenta distinguir acaban por fundirse y con-fundirse: la biología es real, pero al mismo tiempo metafórica, surreal; la economía por otra parte, sobre la que parece estar armada la realidad cotidiana, se descubre ficticia, una pura creación de la fantasía del hombre, y además movida por un cálculo emocional.



1 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 20, 21
2 El narrador nos cuenta una serie de informaciones científicas, por ejemplo que el huevo tiene una gestación de tres semanas, durante las cuales no recibe ningún nutriente de fuera. El oxigeno lo toma en parte de la cámara de aire y en parte de los 7.500 poros que posee.
3 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 25
4 Ibid, p. 38
5 Ibid, p. 49, 50
6 http://www.elpais.com/edigitales/entrevista.html?encuentro=7332
7 A pesar de nuestro intento de esquematizar la dicotomía sueño – vigilia, tenemos que tener en cuenta que, según lo que ha afirmado Millás, no tiene sentido establecer una frontera demasiado rígida entre sueño y vigilia: «Soñar despierto no solo influye en la vida diaria, sino que la determina. Todo lo que existe en la realidad ha pasado antes por la cabeza [...] La realidad es el resultado de un sueño.» . http://www.levante-emv.com/cultura/2010/10/17/supiera-final-novela-seria-incapaz-escribirla/748208.html
8 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 68
9 Ibid, p. 70
10 Juan José Millás, El mundo, cit., p. 17
11 Juan José Millás, “El huevo”, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento085.htm
12 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 174
13 S. Turkle, Life on screen, New York, Simon & Schuster, Rockefeller Center, 1995, p. 47. Un ejemplo es Jean Baudrillard. En Simulacri e impostura, Jean Baudrillard habla de un pasado que ofrece referencias, mientras que el presente está vacío. Para huir del vacío del presente los simulacros recrean el pasado de una manera aún más perfecta de como era en realidad.
14 Jean Baudrillard, Simulacri e impostura: Bestie, Beaubourg, apparenze e altri oggetti, Pgreco, Milano, 2009, p. 54
15 Ibid, p. 22
16 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 53
17 Roger Callois, I giochi e gli uomini, «Mimica e travestimento sono dunque le molle complementari di questa categoria di giochi [la mimicry]. Nel bambino si tratta carnaval.essenzialmente di imitare l’adulto», p. 38, pero Callois afirma también que la mimicry trasciende la infancia y se encuentra también en la vida adulta, en comportamientos que gozan del hecho de disfrazarse y de sus consecuencias. Un ejemplo es el Carnaval.
18 http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/entrevista2.htm
19 http://www.levante-emv.com/cultura/2010/10/17/supiera-final-novela-seria-incapaz-escribirla/748208.html
20 http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/entrevista.htm
21 Juan José Millás, “Absurdo”, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento182.htm
22 Juan José Millás, “Los grandes inventos”, http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/millas/articuento039.htm
23 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 132, 133
24 Ibid, p. 144
25 S. Turkle habla de la visión posmodernista «characterized by such terms as “decentered,” “fluid,” “nonlinear,” and “opaque”. They contrast with modernism, the classical world-view that has dominated Western thinking since the Enlightenment. The modernist view of reality is characterized by such terms as “linear,” “logical,” “hierarchical,” and by having “depths” that can be plumbed and understood.» [S. Turkle, Life on screen, cit., p. 17]
26 Juan José Millás, Lo que sé de los hombrecillos, cit., p. 136
27 http://descargas.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/bameric/01472846655926117654480/210151_0016.pdf, p. 78
28 http://www.diariovasco.com/v/20101111/cultura/preferible-pactar-nuestra-zona-20101111.html
29 http://www.diariodenavarra.es/20101107/culturaysociedad/la-literatura-o-es-metafora-realidad-o-es-nada.html?not=2010110701075987&idnot=2010110701075987&dia=20101107&seccion=culturaysociedad&seccion2=culturaysociedad&chnl=40&ph=5