2.1.3.2 – El movimiento entre los espacios

Hasta ahora hemos definido los espacios estáticos, vemos ahora los movimientos entre los espacios.
El pasaje de la casa del narrador al mundo de los hombrecillos parece tener como modelo Alice in Wonderland.
Vemos que hay un personaje del otro lado de la realidad – el conejo con el reloj en Alice in Wonderland, los hombrecillos en Lo que sé de los hombrecillos – que aparece en el mundo real, o por lo menos en el mundo de los protagonistas. Ambos protagonistas, siguiendo a estos seres – fisícamente o a través de una prótesis – llegan, a través de un hueco que conecta los dos mundos, al otro lado de las cosas. Allí el nuevo mundo está sujeto a leyes naturales nuevas y extrañas. Este mundo parece ser el mundo interior de los protagonistas – en ambos cuentos hay un componente onírico y psicológico – que para los adultos es un tabú. Por eso en Alice in Wonderland los personajes adultos empujan a la protagonista a dejar sus sueños delirantes, mientras en Lo que sé de los hombrecillos el protagonista habla sólo con los niños de este lado de la existencia, y cuando la niña Alba se lo cuenta a sus padres, de pronto él lo niega todo.
Hablaremos ahora de los espacios externos, porque en Lo que sé se los hombrecillos el protagonista, aunque raramente, sale de casa.
Podemos dividir los viajes hacia el exterior en dos tipos: los que el narrador hace por deber y los que hace para satisfacer sus deseos. El primer tipo no está descrito en el relato: el narrador dice sólo que a veces salía para dar lecciones de economía, y que en su rutina hay salidas para ir de compras y tener así un contacto con el mundo exterior. El segundo tipo, por el contrario, ocupa aún capítulos enteros, y está descrito minuciosamente por el narrador. Ejemplos de estas salidas se dan cuando el narrador sale para comprar cigarrillos o esconderse para fumar, cuando va al burdel, o cuando sale para matar a un hombre. Como se puede ver, las salidas hacia el exterior descritas en el cuento están relacionadas con la corrupción interior del protagonista, y con su tendencia a desahogar de una manera violenta sus deseos reprimidos. El mundo exterior se da como algo hostil entonces, lleno de trampas y tentaciones: cuando el protagonista por ejemplo se esconde para fumar descubre a su vecina que hace lo mismo, como si el mundo exterior fuera el mundo de los engaños y las coartadas; al mismo tiempo, en el mundo exterior uno tiene que tener siempre cuidado con su imagen: los esfuerzos del protagonista para recomponer su vida hacia el exterior son esfuerzos para recomponer su imagen de profesor experto en asuntos económicos. Hay por fin en el espacio exterior la idea de la perdición, de un lugar laberíntico, como se ve en el sueño que tiene el protagonista en el burdel, donde uno no encuentra lo que busca mientras al mismo tiempo está agobiado por el miedo de hacer el ridículo.
Si analizamos la vida de la mujer del protagonista, vemos que es el otro extremo. Ella no se limita a trabajar dando clases en la universidad, sino que a menudo viaja al extranjero, acude a encuentros internacionales, pasa los días en el trabajo, intentando hacer carrera y obtener reconocimientos en el mundo “exterior”. Lo que pasa es que al final este mundo se revela hostil, “se la traga”, y la mata decepcionando sus espectativas, mientras el marido reacciona a su muerte defendiéndose con sus rutinas cotidianas, que le ayudan a sobrevivir.
Desde este punto de vista, este cuento parece tener una carga bastante infantil: el mundo doméstico es un refugio que ofrece seguridad, mientras fuera hay gente que engaña a las personas desprevenidas. Fuera el narrador está «puesto a la puerta, fuera del ser de la casa, circunstancia en que se acumulan la hostilidad de los hombres y la hostilidad del universo»1. Pero al mismo tiempo las salidas del protagonista parecen necesarias: la casa, además de ser un lugar que da seguridad, es también un lugar donde el narrador acumula sus deseos hasta que tiene que desahogarlos en el exterior. El encerrarse en casa por un lado protege el protagonista, pero por otro le vuelve neurótico. No se puede encerrar en una concha, porque, como afirma Millás, lo reprimido sale a presión por donde menos se espera2. Ya el hecho de que el narrador en la Universidad haya hablado mucho en contra del fumo parece ser el resultado de una represión: no ha pactado con el fumo, no lo ha dejado con convinción sino que ha “demonizado” los cigarillos. Y de ahí la trampa porque el vicio de fumar vuelve a presentarse con toda su potencia.
Hay una imágen del ser sobrexcitado que sale de su concha descrita muy bien por Bachelard:

Hay un signo de violencia en todas estas figuras donde un ser sobrexcitado sale de la concha inerte. El dibujante precipita sus sueños animalescos. Hay que asociar las conchas de caracoles de donde salen cuadrúpedos, pájaros, seres humanos, esas abreviaciones de animales en donde cabeza y cola se encuentran pegadas y que pertenecen al mismo tipo de ensueños: el dibujo olvida el intermediario del cuerpo. Suprimir los intermediarios es un ideal de rapidez. Una especie de aceleración del impulso vital imaginado quiere que cualquier ser que surge de la tierra encuentre enseguida una fisonomía. ¿Pero de dónde procede el evidente dinamismo de esas imágenes excesivas? Dichas imágenes se animan en la dialéctica de lo oculto y de lo manifiesto. El ser que se esconde, el ser que se “centra en su concha” prepara “una salida”. Esto es cierto en toda la escala de las metáforas, desde la resurrección de un ser sepultado, hasta la expresión súbita del hombre largo tiempo taciturno. Quedándonos aún en el centro de la imagen que estudiamos, el ser prepara explosiones temporales del ser, torbellinos de ser. Las evasiones más dinámicas se efectúan a partir del ser comprimido, y no en la mullida pereza del ser perezoso que sólo desea ir a emperezarse a otro lado. Si se vive la imaginación paradójica del molusco vigoroso -los grabados que comentamos nos dan imágenes claras de ellos- se llega a la más decisiva de las agresividades, a la agresividad diferida, a la agresividad que espera. Los lobos enconchados son más crueles que los lobos errantes3


1 Bachelard Gastón, La poética del espacio, cit., p. 30
2 http://www.diariovasco.com/v/20101111/cultura/preferible-pactar-nuestra-zona-20101111.html
3 Bachelard Gastón, La poética del espacio, cit., p. 109, 110